domingo, 27 de marzo de 2011

El verso se hace vino y vicecersa

Vuelta a los orígenes. Del vino que emborrona pliegos y alimenta versos.

De la poesía que devuelve, cien por uno, el calor que recibió del retorcido gesto de la cepa, lo que bebió de sus racimos. Viaje de ida y vuelta.
En la maleta de tres poetas de amplio espectro y relación de méritos (Jesús Hilario Tundidor, Ignacio Elguero y Cecilia Quílez).

Para llegar a las entrañas de Vivanco, caja de resonancia de las letras que van tomando forma al amparo de una copa que se desparrama como una metáfora en constante formación (evolución).

La complicidad que guardan verso y vaso, cuando éste se hace de trago largo, intenso, reposado, quedó al desnudo una vez más en las jornadas impulsadas por el Museo de la Cultura del Vino para recordar que éste, esencia misma de esta tierra en que tocó nacer/vivir, acercó posturas, hizo cordial el trato, alumbró misterios y recreó en la mente de escritores, pintores, escultores, artistas y gentes de a pie, imágenes imposible que tomaron cuerpo desde que el hombre es hombre y aprendió a domar la viña.

Jornadas de Poesía y Vino, con requiebros imaginados para satisfacer todos los gustos, durante un recital poético difícil de concentrar en una sola página.
El de Ignacio Helguero, Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez, en semitono académico, enológico.

«Su cuerpo es de color rojo cereza/ con tonos hermosos propios de su juventud./ Tiene aromas intensos/ de las frutas del bosque/ bajo un lecho floral que recuerda a la violeta./ Es sabrosa en boca, suave, muy suave/ y bien estructurada./ Presiento que combinará excelente/ con esta carne roja,/ mi carne preparada.

La destapo, bebo su cuerpo/ de una temperatura estable:/ armonioso conjunto/ de dulces variedades./ Bebo su savia misteriosa,/ su cuerpo ágil, nervioso y elegante» (de 'El dormitorio ajeno').
Ficha de cata en Sol mayor, sin bemoles ni sostenidos (si acaso el Fa). Para ajustar la nota. En allegro.

Con el trazo de la pluma de Cecilia Quílez, mención especial del Premio Villa de Madrid de Poesía Francisco de Quevedo, como alivio de la tragedia.

«Salgo del calor de los vinos, piso/ las baldosas de la calle/ con una guillotina en la boca/ y otra en tu mano./ El vino en tu vena/ Cáliz de mi esclavitud/ renovada y perenne./ Suero para la muerte, vino para los condenados.

Si me das tu luz salgo inmune del delirio./ Se descose los labios de hiedra,/ se refresca con elixir de arándanos/ y atraviesa un huracán/ de calas con espigas».

Apuntalado el ritmo con algún encabalgamiento para cabalgar sobre el dolor, a lomos del viento.
Antes del fin de fiesta de Jesús Hilario Tundidor, Premio Adonais 1962 y Premio León Felipe 2000, zambullido en la 'Borrachera' que sirvió de prólogo a su libro 'En voz baja'. Recuerda.

«Con los ojos/ rojos, escribo/ para la inmortalidad./ Con los ojos/ blancos, escribo/ para nadie./ He dado mi vida/ por la realidad./ Con los ojos/ rojos, escribo,/ sin embargo,/ también para nadie». Con más encabalgamientos, si cabe.

En este caso de ruptura. Para apuntalar el ritmo que hace voluntariamente torpe el vino, clave de todo, principio y fin.

http://www.poesia-irc.com/j/index.php?option=com_content&view=article&id=7414:el-verso-se-hace-vino-y-vicecersa-&catid=15:noticias-general

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