viernes, 22 de julio de 2011

El tiempo sin fronteras de la poesía


El mediodía vaga por las calles reprimiendo entre sus dedos alguna vaga esperanza” escribía Isel Rivero en el Canto Segundo de La marcha de los hurones (1960), a sus diecinueve años.


Un libro precoz que marcó el arranque de las ediciones El Puente.


Quienes hayan apreciado aquellos versos, quedarán gratamente sorprendidos por el volumen Words are Witnesses.





Las palabras son testigos (Editorial Verbum, Madrid, 2010, 168 pp.), que recoge su obra poética en inglés, escrita entre 1970 y 2008 e incluida en los libros Songs (1968), Night Rined her (1972) y Palm Sunday (1981), así como otros poemas no recogidos en libro o que han aparecido en un volumen colectivo.



La literatura de Occidente ha estado signada durante el siglo XX por un proceso acelerado de transculturación que, al cabo, ha creado literaturas posnacionales, híbridas, sin adherencia estricta a ningún corpus nacional.



Cuba, con la sexta parte de su población en el exilio, es parte de ese proceso, aunque en buena medida las obsesiones nacionales se empecinan en no abandonar a buena parte de los escritores del exilio.



No es el caso de Isel Rivero. Ella sabe que “siempre hay una puerta que / cruzar una bestia atrapada clama al / cielo y solo el infierno escucha” (October Songs, III).



Edward W. Said, al referirse en Fuera de lugar (De Bolsillo, Barcelona, 2002, p. 377) a su identidad, sustituye la metáfora del árbol que hunde sus raíces en la tierra (que alimenta y encarcela el árbol) por “un cúmulo de flujos y corrientes” antes que como “una identidad sólida”.



La nación de desterritorializa y se desacraliza, en palabras de Bernat Castany Prado (“Las nuevas metáforas identitarias de la literatura posnacional”, en Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo, n.º 9, año III, junio de 2005).



Ya Claudio Magris proponía en El Danubio (Anagrama, Barcelona, 1997, p. 21) una concepción heraclitiana, líquida, de la identidad: “el río es por excelencia la figura interrogativa de la identidad, con la eterna pregunta de si podemos o no bañarnos dos veces en sus aguas”.



Y Carlos Monsiváis ha denominado “posnacionalista” al proceso de crisis política, económica y cultural de su país, precedido, a fines de los 60 y principios de los 70, por una reformulación de las representaciones culturales de la nación.



En la poesía de Isel Rivero, temas, espacios, inquietudes, angustias, rebasan ampliamente las fronteras líquidas de la Isla y sus peculiares obsesiones.



Ben Franklin escribe un poema en alemán sobre enchufes eléctricos; una agenda de Naciones Unidas convive con Virgilio (no Piñera) y Federico El Grande; los amores de Alfonso El Sabio; la muerte de Bellini, “demasiado hermoso para las mujeres / demasiado perfecto para los hombres”, a quien le sigue Frederic Chopin.



El tono, la atmósfera, las referencias e incluso la cadencia del lenguaje encuentran una densidad, una mesura que nos remite a la literatura centroeuropea y anglosajona.



Como Orlando, el Rey Demente, Isel Rivero “se levanta / de su trono / arroja el cetro / a la bruma humeante / y ríe”. Ríe de cualquier filiación que no sea la literatura misma, apela directamente a las esencias de la condición humana, no a sus disfraces folklóricos.



Según Christopher Domínguez Michael (“¿Fin de la literatura nacional?”; en: Reforma, Ciudad de México, agosto 21, 2005), “la extinción de las literaturas nacionales, al menos en América Latina, no será desde luego un proceso ni natural ni lineal.



Implica la desmantelación de un concepto firmemente establecido en la academia, en la opinión pública, en el espíritu de muchos escritores aún ligados sentimentalmente al nacionalismo cultural.



Contra lo que suele pensarse en el extranjero (y en México mismo), ese proceso de desarraigo arranca con el siglo veinte: la tradición cosmopolita es la tradición central —aunque no la única— de la literatura mexicana moderna”.



Domínguez recuerda cómo la sociedad letrada de América Latina siempre se sintió al extremo occidental de la cultura occidental, de modo que narradores como Salvador Elizondo y Alejandro Rossi se desplazan con absoluta libertad por la literatura mundial; Sergio Pitol, Juan García Ponce, Hugo Hiriart o Fabio Morábito apelan a la literatura centroeuropea, y Borges se nutre de universos literarios completos.



En Isel Rivero este proceso es el natural desenlace de una temprana familiaridad con el inglés y de décadas de vida y trabajo en otras lenguas. No hay en ello nada impostado ni una boutade literaria al estilo experimental de los 60.



La textura de las palabras es exacta en la lengua original, el inglés, a pesar de la excelente traducción en esta edición bilingüe.



En ella el tiempo continuó moviéndose en su propia dirección, ajeno a la memoria o la nostalgia, como en “Fin de lo ido”:

http://www.poesia-irc.com/j/index.php?option=com_content&view=article&id=8535:el-tiempo-sin-fronteras-de-la-poesia&catid=15:noticias-general

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