Poesía y vida. Versos al cabo de la calle, a pie de obra.
Donde palpita el corazón del hombre malherido.
Desde su tempranísimo debut, una adolescente, casi una niña todavía, con «Poemas de Lida Sal»
(1981, a los diecisiete años de la autora) Almudena Guzmán nunca se ha refugiado en una torre de marfil. Para ella, un poema es el ronroneo de uno de sus gatos, una buena canción, el trinar de un gorrión o un rosal chino.
Pero también el ser humano martirizado en Kolimá, en Srebrenica, en Auschwitz, el parado al que tratan como a un perro en la oficina del INEM, la mujer del Metro atormentada porque no llega a fin de mes, el ser humano que espera ese e-mail que le dé buenas noticias Y que, sin embargo, nunca llegarán.
Premio Tiflos de Poesía
De todo ello y de cientos de cosas más (Kafka, Arias Montano, Demis Roussos, Esther Williams, Cleopatra, el hombre de Neandertal, Rubén Darío, Kropotkin...) nos habla en su nuevo libro, «Zonas comunes» (Ed. Visor), con el que obtuvo el XXIV Premio Tiflos de Poesía, un libro, como destaca el poeta, Académico de la Historia y miembro del jurado, Luis Alberto de Cuenca, en el que se puede destacar «su agudeza, su inteligencia constructiva, su pericia arquitectónica y, desde luego, su sensibilidad, su ironía, su capacidad de sorpresa, su ternura (sólo perceptible por los capaces de experimentar ternura, que no somos todos), su desparpajo, su calidad y limpieza de escritura». Le cedemos la palabra a la poeta.
—Sus versos se han vuelto un café más amargo con el paso de los años?
—Sí. En situaciones normales, por muchos problemas que tengamos de jovencitos no son comparables con los de la madurez; de eso, claro está, nos damos cuenta ahora pero no entonces, cuando cortabas con tu noviete y se te caía el mundo encima como a Abraracúrcix.
Podríamos decir que, en la infancia, la adolescencia y la juventud ya sabes que puede venir el lobo, pero cuando viene de verdad es en la madurez: ¡Y qué fauces tiene!
—Uno de los poemas de «Zonas comunes» se titula «Blas de Otero», probablemente el poeta más grande de la hoy tan denostada poesía social. Este no es un libro de partido, pero está repleto de verdades como puños.
—Blas de Otero me encanta, pero no desdeño a León Felipe y Gabriel Celaya. Me merecen un gran respeto por atreverse a decir lo que casi nadie se atrevía a decir.
Yo creo que si se calla el cantor calla la vida. Y en cuanto a nuestra realidad social y política, en fin, qué voy a decirle si lo digo todo en «Zonas comunes»: estamos fatal y no se ven salidas. Es una tragedia que se ha querido silenciar pero a la que ya es imposible taparle la boca.
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