jueves, 24 de marzo de 2011

Dos maestros (y Góngora) pasean por Recoletos



Casi todos los caminos llevan a Góngora. También los que salen de Jerez, Barcelona y el café Gijón. Bien lo saben José Manuel Caballero Bonald y Pere Gimferrer, que tienen muchas cosas en común.
Los dos están ya en las historias de la literatura, los dos son Premio Nacional de las Letras y los dos tienen libro reciente: el poeta andaluz, Ruido de muchas aguas (Visor), una antología que contiene el adelanto de un poemario nuevo que se publicará en invierno; el catalán, un largo poema titulado Rapsodia (Seix Barral.



A los dos les unen, efectivamente, muchas cosas, pero tal vez ninguna como su pasión por Góngora. El campeón cordobés de la lírica barroca fue ayer el catalizador que Gimferrer (Barcelona, 1945) y Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) usaron como arranque para la lectura comentada de sus propios versos. Con su charla se inauguró el ciclo Conversaciones de poetas, que se celebra en la sede del Paseo de Recoletos de la Fundación Mapfre de Madrid.



Allí llegaron los dos escritores desde el vecino café Gijón, pertrechados contra el frío traicionero de la tarde-noche de marzo.



José Manuel Caballero Bonald comenzó reconociendo que si escribe poesía es porque antes leyó la de otros.



Y recordó también su deslumbramiento adolescente por la vida de Espronceda: hombre de acción, perseguido por su republicanismo, exiliado, huido con una mujer casada, muerto a los 33 años... "Leí una mediocre biografía suya y me cautivó su vida más que su obra", recordó el autor de Las adivinaciones.



"Como no podía imitar su hazañas imité las dos cosas que estaban a mi alcance: escribir poemas y llevar una vida licenciosa, que en el caso de un jovenzuelo consistía en llegar tarde a casa".



Luego vendría el descubrimiento de la antología de Gerardo Diego, donde le esperaban Juan Ramón Jiménez y los poetas del 27. Con todo, la mayor revelación se produjo con la lectura de Góngora: "Aquel hecho fundamental diluyó todos los influjos.



Leí las Soledades deslumbrado ante aquel alarde de invención de un mundo".



De allí también extrajo una "lección inolvidable": la poesía se hace con palabras, no con ideas.



"Y en un poema, las palabras tienen que tener un significado más rico que el que tienen en el diccionario.



A veces pones juntas dos palabras que nunca lo han estado y abren un mundo, rompen un sello. Y lo hacen por el puro atractivo fonético, por la música de las palabras. Siempre digo que la poesía es una mezcla de música y matemáticas: tonalidad y rigor".

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