viernes, 16 de septiembre de 2011
Volver a la poesía
Prefiero imaginarla todavía joven y hermosa, con la mirada perdida en quién sabe qué idea y la mano en suspenso, ansiosa por atrapar el verso, para, enseguida, deslizarse por la hoja de papel, entregando al mundo sus más íntimos pensamientos.
Sí, prefiero imaginar todavía a Juana de Ibarbourou como la muchacha de un pequeño pueblo uruguayo que supo encantar nada menos que al gran don Miguel de Unamuno, mientras el peruano José Santos Chocano y el mexicano Alfonso Reyes celebraron la publicación de “Las lenguas de diamante”, acerca del que años más tarde confesaría en una entrevista: “Fue el primer libro y el que me dio más satisfacciones” (1).
Tendría 12 ó 13 años cuando comenzó a escribir en su Melo natal, y ya no pararía hasta bien entrada en sus 80: “Siempre escribo algo.
Trabajo todos los días, sin horarios, me pongo a escribir cuando quiero y siento que debo hacerlo.
Estoy escribiendo otro libro, tengo más de 30 poesías terminadas”.
Nacida en 1892 como Juana Fernández Morales, adoptó el apellido del capitán Lucas Ibarbourou, con quien se casó cuando tenía 20 años para firmar su obra, que la hizo trascender como una de las voces líricas más personales de Iberoamérica.
Sería justamente la trilogía de poemarios “Las lenguas de diamante” (1919), “El cántaro fresco” (1920) y “Raíz salvaje” (1922), la que la consagró, debido a su temática amorosa en toda la extensión de la palabra y la extrema sensualidad y carga erótica de sus versos.
Transitó posteriormente por el vanguardismo con “La rosa de los vientos” (1930), en tanto que cuatro años más tarde incursionó en la poesía mística con “Estampas de la Biblia”
“Loores de Nuestra Señora” e “Invocación a San Isidro”, sin olvidar su prosa, extraordinaria y fundamental, que dedicara a los niños, al punto de que para muchos “Chico Carlo” (1944) es el “Platero y yo” de esta parte del planeta.
http://www.poesia-irc.com/j/index.php/component/content/article/15-noticias-general/9051-volver-a-la-poesia
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