jueves, 8 de septiembre de 2011
Ardua poesía
Nos revela nuestras imposibilidades, nuestros severos límites.
Al cabo de los años, he comprendido que me está vedado ensayar la cadencia mágica, la curiosa metáfora, la interjección
la obra sabiamente gobernada o de largo aliento”.
El formoseño Dionel Filipigh (67), en éste su primer libro parece también haber comprendido que le está vedada la obra “de largo aliento”.
En compensación ha escrito un poemario donde Emérito Suárez –su colega y prologuista-, encuentra “esas cosas simples de la vida, esos momentos irrepetibles y sencillos, en apariencia, (donde) se esconde el secreto de la existencia”.
“Ardua la vida. / La vida: / cromosomas/ neuronas, / órganos, / arterias, / hemoglobina, / recordación, / proyección…”
Así comienza este libro que es “Un testamento de vida”, según nos explica el autor, a quien le notamos enseguida sus tics de profesor de letras latinas y de historia argentina.
(Ejerce esas cátedras en la Universidad Nacional de Formosa).
El prologuista Suárez acude a Platón y a Heidegger para explicarnos algunas particularidades de “Ardua la vida”, nosotros, menos filosóficos y más americanistas pensamos, al leer estos versos, en Whitman, Neruda, Vallejo y Borges aggiornados con epítetos más cibernéticos pero no tan felices como los de aquellos poetas mayores.
El recuerdo de esos cuatro grandes poetas de América nos trae a la memoria lo que, al finalizar el siglo pasado, escribió sobre Borges Harold Bloom en su polémico “Canon occidental”: -“Borges comenzó escribiendo poesía whitmaniana cuando tenía dieciocho años, y aspiraba a convertirse en el bardo de la Argentina.
Pero acabó comprendiendo que no iba a ser el Whitman de la lengua española, un papel poderosamente usurpado por Neruda”.
(Bloom conjetura, por otra parte, allí, de que a Borges, “de haber muerto a los cuarenta años no le recordaríamos, y la literatura hispanoamericana sería muy distinta.
Sin embargo la posición de Borges, en el canon occidental, será tan segura como la de Kafka y de Beckett. De todos los autores latinoamericanos de este siglo veinte, es el más universal”).
Su espíritu didáctico lleva a Filipigh a glosar algunos de sus poemas, entre ellos “Monólogo con la muerte”, inspirado en el zapatero nonagenario Zoilo Rodríguez:
“Ya anciano y en honor a no se sabe qué designio, la Unión PeChaco que funcionaba en Clorinda, le consiguió una pensión como excombatiente (en la guerra fratricida entre bolivianos y paraguayos).
Y don Zoilo reprocha: -“Me pagan por haber matado”.
Cuenta entre recuerdos que muchas veces ya la ha llamado a la muerte, pero no lo está escuchando.
Poco después de llegar a los 94 años, la muerte le hizo el honor de encontrarlo.
Este testimonio es el de su espera”, escribe Filipigh e inicia su poesía con estos versos: “Don Zoilo, / con poco de carne / en brazos y piernas / y huesos marcados, / recuerda / que ha visto / a la muerte, / de cerca…” (Ardua la vida” está en la biblioteca correntina del café EL MARISCAL).
http://www.poesia-irc.com/j/index.php?option=com_content&view=article&id=8957:ardua-poesia-&catid=15:noticias-general
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