jueves, 8 de septiembre de 2011
La Poesía Jonda del Pueblo
Desde hace años vengo observando que muchas de las letras del flamenco las podemos encontrar también en jotas, malagueñas, parrandas, cantos de Pascua y otras muchas expresiones del folklore.
Son préstamos que se hacen entre sí las músicas populares.
Pepe Martínez es catedrático de filosofía, de Javalí Nuevo, y autor de libros sobre este asunto. El último lleva por título 'Poesía flamenca', junto al poeta Félix Grande.
Sostiene Martínez que en las coplas el pueblo expresa su filosofía, con minúsculas, y como en España esta disciplina académica, con mayúsculas, no ha tenido gran desarrollo intelectual, no hay más remedio que conocernos por la primera vía.
«Cantando la pena, la pena se olvida». Lo expresó muy bien Manuel Machado.
El cante flamenco como cualquier otra cultura musical cumple una función consoladora del hombre pues cristaliza en arte el amor, el odio, la esperanza, el desasosiego que todos llevamos dentro.
Echamos mano del canto como liberación, como catarsis: «Cuando el español canta, es que está 'jodío' o poco le falta».
Lo escribió también Manuel Machado para que lo cantaran los cantaores: «No hay penilla ni alegría/ que se quede sin cantar. / Por eso hay más cantares/ que gotas de agua en el mar/ y arena en los arenales».
Volvió a acertar don Manuel y coincidió con otro poeta porque García Lorca definió el flamenco como «el cauce lírico por donde se escapan todos los dolores».
Por ello escribió el granaíno, de abuela totanera, estas líneas que ha cantado por bulerías Camarón: «¡Ay, qué trabajo me cuesta/ quererte como te quiero!/ Por tu amor me duele el aire, / el corazón/ y el sombrero».
Muchos han sido, en efecto, los poetas cultos que han escrito para el flamenco como Francisco Moreno Galván: «Que se me abrieran las carnes/ y me partieran los huesos, /antes de llevar esta pena/ que no resiste mi cuerpo».
Lo canta con mucha verdad por tonás José Menese.
Para este cantaor de La Puebla de Cazalla ha puesto versos el cartagenero Ginés Jorquera, esposo de la flamencóloga Génesis García.
Sonidos centenarios .
Las letras son importantes en el cante flamenco pero la música es ya de por sí muy expresiva, tanto que pega pellizcos en el alma.
Quizá no haya otra música más fieramente radical sobre la faz de la tierra.
Unos sonidos construidos a lo largo de los siglos por payos y gitanos venidos desde la lejana India hace quinientos años, judíos, árabes, el canto gregoriano, las aportaciones del folklore del Campo de Cartagena y de los campos almerienses en los cantes de las minas, del folklore asturiano o gallego en la farruca y el garrotín.
Unos materiales musicales heterogéneos, milenarios, y una poesía popular pero que cristalizan en arte flamenco desde hace apenas dos siglos, cargándose de una intensidad dramática y hondura que gustará tanto que hayan expectores dispuestos a pagar por ello.
Hace unos años estaba en Estambul y el almuacín desde el alto minarete de una mezquita llamaba a la oración con un canto que atravesaba la tarde. Sonaba a siguiriya.
Celebremos el encuentro de tantas razas, creencias y vivencias en torno al arte que nos hermana porque todos sufrimos y gozamos bajo un mismo sol y una misma luna.
El flamenco como toda manifestación que viene del pueblo canta a la amada: «No sarga la luna/ que no tíe pa qué; / con los ojitos de mi compañera/ yo m´alumbraré».
Otra: «Al infierno que te vayas/ me tengo que ir contigo/ porque yendo en tu compaña/ llevo la gloria conmigo».
La madre es uno de los grandes temas del jondo. Su ausencia duele: «Por aquella ventanita/ que al campo salía, le daba voces a la probe de mi mare, y no me respondía».
Con idéntica temática hallamos otra de resonancias románticas, pereciera escrita por Gustavo Adolfo Bécquer.
Por cierto, el poeta sevillano era aficionado al cante cuando este nacía a comienzos del XIX: «En la tumba de mi mare/ a dar gritos me ponía, / y escuché un eco del viento / no la llames, me decía, / que no responden los muertos».
El amor a la madre pero también el amor de la madre o del padre a los hijos desamparados.
Un tema siempre de actualidad desde que el mundo es mundo, la inmigración y la demanda de auxilio: «Yo no soy de esta tierra / ni conozco a nadie, el que haga un bien por mis niños / que Dios de lo pague».
Pero todo no es trascendencia y gravedad.
Hay letras con gran sentido del humor, pícaras como estos fandangos de Lucena: «La mujer que a su marío/ toma en aborrecimiento, o está loca del sentío, / o es que quiere otro instrumento/ que le dé mejor sonío».
Una chufla: «Compadre, he visto un toro/ en la plaza de Jerez, / compadre, si usted lo viera, / todo se parece a usted».
A veces la cornamenta se consiente como dice la bulería por soleá: «Mete en la cama al que quieras, / pero, por Dios, no me eches/ que hace frío fuera».
Cambiemos de tercio otra vez y disfrutemos de poesía con mayúsculas.
El unionense Pencho Cros cantaba esta minera, letra de Enrique Hernández Luike: «Ví un minero en la cantina/ con muchos conocimientos. / El que trabaja en la mina / conoce el mundo por dentro / y lo demás lo adivina».
Esta otra quintilla es del trovero cartageberi Ángel Roca y la cantaba también Pencho: «El día que yo me muera/ que me entierren en La Unión, / y todo aquel que me quiera, / no me rece una oración / que me cante una minera».
http://www.poesia-irc.com/j/index.php?option=com_content&view=article&id=8959:la-poesia-jonda-del-pueblo&catid=15:noticias-general
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