El niño —que no se llama Augusto, sino Tomy— abrió los ojos y ahí estaba: podía ser el iguanodonte de Monterroso o uno del norte de México, pero roncaba a un lado de su cama. Lo que pasó cuando éste se levantó nos lo cuenta Irene Selser, periodista, poeta, traductora, editora en MILENIO Diario y autora del libro infantil Lucas, el dinosaurio feliz.
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