jueves, 9 de diciembre de 2010

Clemente Althaus Flores


Clemente Althaus Flores (Lima, 4 de octubre de 1835 - París, 1881) fue un poeta, dramaturgo y traductor peruano. Junto con Juan de Arona, Ricardo Palma, Carlos Augusto Salaverry y Luis Benjamín Cisneros, forma el grupo de figuras centrales del Romanticismo peruano, aunque, según ha observado el crítico Luis Alberto Sánchez, su poética pretende más bien emular al clasicismo. Perteneciente a una familia acomodada, fue hijo de Clemente Althaus von Hessen, un militar alemán de origen noble al servicio del Perú, de quien Flora Tristán, la líder feminista y socialista, trazó un retrato en sus Peregrinaciones de una paria. No pudo conocerlo, ya que murió a los cuatro meses de nacer. Su madre, la dama arequipeña María Manuela Flores del Campo, falleció también cuando contaba diez años, en 1845. Acaso esta falta de vínculos familiares desequilibró algo su espíritu. Estudió la enseñanza secundaria en el Instituto Nacional de Santiago de Chile entre 1846 y 1851. Allí tuvo maestros europeos que lo familiarizaron con los idiomas modernos. De vuelta en Lima, ingresó al Convictorio de San Carlos, crisol de la intelectualidad limeña. No destacó como estudiante. Desde muy joven fue presa de la neurosis. Empezó a publicar en el diario El Comercio de Lima en 1855. A manera de terapia, viajó por Europa entre 1855 y 1863 y tuvo oportunidad de recorrer durante esta larga estancia los países más importantes del subcontinente: Francia (1855-57), Inglaterra (1857), Italia (Nápoles, Roma, Florencia y Génova entre 1857 y 1859), España (Madrid y Cádiz, 1859-1860), Alemania (1861 a 1862) y de nuevo Francia (de 1862-63). Italia lo impresionó fuertemente, en especial la poesía pesimista de Giacomo Leopardi. Visitó con devoción los museos y lugares históricos. El arte italiano inspiró también muchos de sus poemas, por ejemplo los cuadros de Rafael Sanzio. Se familiarizó con las letras clásicas y las corrientes literarias en boga, al punto de convertirse en uno de los escritores más cultos de su tiempo. Tradujo poemas clásicos y románticos italianos, en especial Petrarca, y Salmos de la Biblia. Las traducciones del italiano fueron apareciendo en el diario La Patria de Lima en 1873 y luego completas, revisadas y ampliadas en El Comercio de Lima en 1874. A su regreso a Lima en 1863 ocupó durante unos años un empleo en el Ministerio de Hacienda. Incómodo en ese puesto, pasó a ser censor de teatros y Profesor del Curso de Literatura del Convictorio de San Carlos por obra de un nombramiento directo del Presidente-Dictador, el coronel Mariano Ignacio Prado, quien así agradecía a Althaus su encendido poema patriótico al Dos de Mayo, el de 1866, fecha del bombardeo por la escuadra española del puerto del Callao, durante la guerra de Chile y Perú contra España, y seguramente también otros poemas como el escrito el 9 de diciembre de 1865, dedicado "Al coronel Don Mariano Ignacio Prado, dictador del Perú". Publicó en Lima un grueso volumen de sus Obras poéticas (1871). Pero nuevamente se sintió impelido a mitigar sus angustias en un viaje a Europa y llegó a París, probablemente en 1879. Manifestó nuevamente los síntomas de desequilibrio nervioso, que lo llevó al estado de locura que le acompañó en su muerte, en un manicomio de París (1881). Crítica Su contacto con la cultura de Europa, en especial con la del Renacimiento, hizo que se inclinara hacia la perfección de las formas poéticas, constituyendo las formas clásicas su inspiración predilecta. No destaca a gran altura, pero al menos se singulariza por su pericia entre los poetas de su tiempo. Ello concede a su arte un estilo excepcional, pero a la vez sacrifica frecuentemente la intensidad de su sentimiento romántico a la convencional estrechez de esas formas. Menéndez Pelayo, en su Historia de la poesía hispanoamericana, considera a Althaus un poeta que "aspiró a la pureza clásica sin conseguirla más que de lejos", recordando la imitación leopardiana de "El último canto de Safo". Para Luis Alberto Sánchez, más que romántico, parecía más bien un “clásico retrasado”. Movido por el afán de originalidad, de cuando en cuando practica el verso corto, parodiando el yaraví indígena, tratando de remozar, pero aun así es visible las huellas que en él dejaron las lecturas de autores europeos. La tristeza ronda su poesía, pero no es una tristeza al modo de los románticos, vocinglera y exasperada, sino una tristeza regular, uniforme; una tristeza que suena a resignación, más bien pesimismo que tristeza. Un tema recurrente en su poética es la música (una larga composición de fechada en 1858 se titula "A la música"), así como su atracción por la figura de Fray Luis de León. Destacan también sus composiciones de carácter patriótico. Obras Publicó: Poesías patrióticas y religiosas (París, 1862) Poesías varias (París, 1863) Obras poéticas. (1852-1871) (Lima, 1872) De sus años juveniles ha quedado una novela, inconclusa, titulada Coralay (publicada en La Ilustración, Nº 1 a Nº 11; Lima, 2 de abril a 27 de julio de 1853). Sus traducciones de poesías de autores italianos, publicadas en el diario El Comercio de Lima entre 1873 y 1874, fueron recopiladas por Estuardo Núñez en una edición de Sonetos italianos (Lima, 1951). Como signo de su versatilidad creadora, dejó también un drama, Antíoco, estrenado en el Teatro Principal de Lima el 24 de marzo de 1877. Bibliografía Sánchez, Luis Alberto: La literatura peruana, tomo III. Lima, Ediciones de Ediventas S. A., 1965. Rovira, José Carlos: Clemente Althaus y la tradición italiana 1995. Tauro del Pino, Alberto: Enciclopedia Ilustrada del Perú. Tercera Edición. Tomo 1. AAA-ANG. Lima, PEISA, 2001. ISBN 9972-40-150-2 http://es.wikipedia.org/wiki/Clemente_Althaus http://www.poesiacastellana.es/index.php?option=com_wrapper&Itemid=31

Rima V - Gustavo Adolfo Bècquer

Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea,
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

En el laúd, soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruïnas yedra.

Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago
y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura
y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas
que, en la corriente fresca
del cristalino arroyo,
desnudas juguetean.

Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.

Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra,

Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso
de que es vaso el poeta.

Heather Graham


El nacimiento de la estadounidense Heather Graham, una escritora que desde hace décadas cultiva con gran éxito el género de la novela romántica, se produjo en el estado de Florida el 15 de marzo de 1953. Sus primeros años transcurrieron en el condado de Dade, donde su abuela materna, una irlandesa oriunda de Dublín, solía entretenerla con extraordinarios relatos. De esa época, pues, data la pasión de Heather por la creación y narración de historias. Tras especializarse en Artes Escénicas en la Universidad de South Florida que se localiza en Tampa, Graham contrajo matrimonio con Hershey Dennis Pozzessere, con quien llegó a tener cinco descendientes. Antes de dedicarse a tiempo completo al arte de escribir, esta estadounidense probó suerte como actriz (actividad que le permitió interpretar personajes ideados por William Shakespeare), trabajó como modelo, fue camarera y obtuvo una certificación como buzo profesional. “Volver a amar” es el título que, en la década del 80, le permitió iniciar una carrera dentro del mundo de las letras. Con el tiempo, su producción literaria se ampliaría a través de propuestas como “Un momento para el amor”, “Pasión en la isla”, “Devuelto por el mar”, “Tierna decepción”, “El señor de los lobos”, “Nunca duermas con extraños”, “Cielo azul, negra noche”, “Un lecho de rosas”, “Fuego en la oscuridad” y “Retrato de un crimen”, muchas de las cuales ayudaron a popularizar su figura y a consagrarla como novelista a nivel internacional. En la actualidad, esta escritora que ha llegado a firmar algunos de sus relatos como Shannon Drake es una afamada autora que lleva acumulados numerosos premios y varias apariciones en la lista de best-sellers del “New York Times”, además de haber logrado conquistar, a través de las múltiples traducciones que se han hecho de sus libros, a una gran cantidad de lectores de diversos países. http://www.poemas-del-alma.com/blog/biografias/biografia-heather-graham

Muerte de Antoñito El Camborrio - Federico García Lorca

Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrella clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.

*
Antonio Torres Heredia.
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
Hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay, Antoñito el Camborio,
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la guardia civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.

*
Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.

Griselda Álvarez Ponce de León


La escritora y política Griselda Álvarez Ponce de León nació el 5 de abril de 1913 en Guadalajara capital del estado de Jalisco. Es bisnieta de Manuel Álvarez, diputado al Congreso Constituyente de 1857 y primer gobernador de Colima. Sus padres fueron el también gobernador Miguel Álvarez García y María Dolores Guadalupe Eugenia Ponce de León. Su infancia y parte de su adolescencia las vivió en la hacienda de San Juan de Chiapa, al pie del Volcán de Colima. Siendo muy joven quedó en completa orfandad, razón por la cual se trasladó a la Ciudad de México Griselda estudió para maestra normalista y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México obtuvo el título de licenciada en letras españolas con la tesis La inmortalidad en las obras de Jorge Luis Borges recibiendo mención honorífica. También estudio estadigrafía y biblioteconomía. Con el poema Ante tu nombre madre ganó el premio convocado por el periódico Excelsior y en los años 1956 y 1958, respectivamente obtuvo las flores naturales en la Feria del Maíz celebrada en Guadalajara, Jalisco y en el concurso de Canto a la Provincia. Fue directora general de Acción Social de la Secretaría de Educación Pública y de Trabajo Social de la Secretaría de Salubridad y Asistencia y se desempeño como jefa de Prestaciones Sociales del Instituto Mexicano del Seguro Social. La licenciada Álvarez se incorporó a la vida política de México, fue Senadora por el estado de Jalisco (1976-1979) y el 1 de noviembre de 1979 ocupó la gubernatura del estado de Colima, convirtiéndose en la primera mujer gobernadora en la historia de México. Su credo como gobernadora fue "educar para progresar". Concluida su administración ocupó la dirección del Museo Nacional de Arte. A favor de la mujer creó el Centro de Atención a la Mujer, A. C., también fundó la Alianza de Mujeres de México y la Asociación Mexicana de Bienestar Social. Dentro del Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue miembro del Consejo Nacional de Ideología (1978 y 1994), de la Comisión Nacional de Honor y Justicia del Comité Ejecutivo Nacional (1994), del Consejo Consultivo del Comité Directivo Nacional (1995) y de la Comisión Nacional para la Reforma del PRI (1995) Ha colaborado para varias revistas literarias y periódicos como Revista de Revistas, Ovaciones, Excelsior y Novedades. También ha sido miembro de la Comisión Nacional de México para la UNESCO, asesora del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, dictaminadora en el Comité Editorial del Fondo de Cultura Económica y presidenta del Consejo Mexicano de Escritores. Ha sido galardonada con varias medallas. La medalla Rafael Suárez otorgada por el gobierno del estado de Colima; la medalla Francisco Murguía por la delegación Venustiano Carranza; la medalla General Manuel Álvarez por la XLVII Legislatura de Colima; medalla al mérito Benito Juárez (1993), medalla María Lavalle Urbina (1994) y medalla Belisario Domínguez (1996). En 1981 la Asociación de Damas Publicistas de México la nombró "Mujer del Año" y ha recibido mas de 160 diplomas otorgados por diversas instituciones. En el año 2000, diversas instituciones de mucho prestigio en México y Reino Unido le entregaron una de las 17 medallas a los sabios del fin del siglo XX. En mayo de 2003 recibió un homenaje por parte de la Federación de Mujeres Universitarias (FEMU) por su carrera como literata al cumplir 90 años de edad. Su producción literaria cubre narrativa y poesía: Cementerio de pájaros (1956), Dos cantos (1959), Desierta compañía (1961), Letanía erótica para la paz (1963), La sombra niña (1965), Anatomía superficial (1967) y Estación sin nombre (1972) y Tiempo presente. Elaboró el prólogo para la edición número 22 de Picardía mexicana (1962) y se encargó de recompilar y prologar la obra Diez mujeres en la poesía mexicana del siglo XX (1973). Durante un año, quien fuera la primera gobernadora mujer en la historia del país, padeció problemas de salud propios de su edad, por lo que estuvo prácticamente encerrada en su casa. A una semana de que cumpliera 96 años de edad, Griselda Álvarez Ponce de León falleció a las 20:00 horas del 26 de marzo de 2009, en su casa, ubicada en la colonia Pedregal de la Ciudad de México. http://www.poesiacastellana.es/index.php?

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Cero - Pedro Salinas

Y esa Nada, ha causado muchos llantos,
Y Nada fue instrumento de la Muerte,
Y Nada vino a ser muerte de tantos.

FRANCISCO DE QUEVEDO

Ya maduró un nuevo cero
que tendrá su devoción.

ANTONIO MACHADO

I

Invitación al llanto. Esto es un llanto,
ojos, sin fin, llorando,
escombrera adelante, por las ruinas
de innumerables días.
Ruinas que esparce un cero —autor de nadas,
obra del hombre—, un cero, cuando estalla.

Cayó ciega. La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
¿Hay ojos que le distingan
a la Tierra sus primores
desde tan alto?
¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas,
que se tejen, se destejen,
mariposas, hombres, tigres,
amándose y desamándose?
No. Geometría. Abstractos
colores sin habitantes,
embuste liso de atlas.
Cientos de dedos del viento
una tras otra pasaban
las hojas
—márgenes de nubes blancas—
de las tierras de la Tierra,
vuelta cuaderno de mapas.
Y a un mapa distante, ¿quién
le tiene lástima? Lástima
de una pompa de jabón
irisada, que se quiebra;
o en la arena de la playa
un crujido, un caracol
roto
sin querer, con la pisada.
Pero esa altura tan alta
que ya no la quieren pájaros,
le ciega al querer su causa
con mil aires transparentes.
Invisibles se le vuelven
al mundo delgadas gracias:
La azucena y sus estambres,
colibríes y sus alas,
las venas que van y vienen,
en tierno azul dibujadas,
por un pecho de doncella.
¿Quién va a quererlas
si no se las ve de cerca?

Él hizo su obligación:
lo que desde veinte esferas
instrumentos ordenaban,
exactamente: soltarla
al momento justo.

Nada.
Al principio
no vio casi nada. Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya cándida.
¿Arrebañados corderos?
¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!
Eso sería: una imagen
que regresa.
Veinte años, atrás, un niño.

Él era un niño —allá atrás—
que en estíos campesinos
con los corderos jugaba
por el pastizal. Carreras,
topadas, risas, caídas
de bruces sobre la grama,
tan reciente de rocío
que la alegría del mundo
al verse otra vez tan claro,
le refrescaba la cara.
Sí; esas blancuras de ahora,
allá abajo
en vellones dilatadas,
no pueden ser nada malo:
rebaños y más rebaños
serenísimos que pastan
en ancho mapa de tréboles.
Nada malo. Ecos redondos
de aquella inocencia doble
veinte años atrás: infancia
triscando con el cordero
y retazos celestiales,
del sol niño con las nubes
que empuja, pastora, el alba.

Mientras,
detrás de tanta blancura
en la Tierra —no era mapa—
en donde el cero cayó,
el gran desastre empezaba.

II

Muerto inicial y víctima primera:
lo que va a ser y expira en los umbrales
del ser. ¡Ahogado coro de inminencias!
Heráldicas palabras voladoras
—«¡pronto!», «¡en seguida!», «¡ya!»— nuncios de dichas
colman el aire, lo vuelven promesa.
Pero la anunciación jamás se cumple:
la que aguardaba el éxtasis, doncella,
se quedará en su orilla, para siempre
entre su cuerpo y Dios alma suspensa.
¡Qué de esparcidas ruinas de futuro
por todo alrededor, sin que se vean!
Primer beso de amantes incipientes.
¡Asombro! ¿Es obra humana tanto gozo?
¿Podrán los labios repetirlo? Vuelan
hacia el segundo beso; más que beso,
claridad quieren, buscan la certeza
alegre de su don de hacer milagros
donde las bocas férvidas se encuentran.
¿ Por qué si ya los hálitos se juntan
los labios a posarse nunca llegan?
Tan al borde del beso, no se besan.

Obediente al ardor de un mediodía
la moza muerde ya la fruta nueva.
La boca anhela el más celado jugo;
del anhelo no pasa. Se le niega
cuando el labio presiente su dulzura
la condensada dentro, primavera,
pulpas de mayo, azúcares de junio,
día a día sumados a la almendra.

Consumación feliz de tanta ruta,
último paso, amante, pie en el aire,
que trae amor adonde amor espera.
Tiembla Julieta de Romeos próximos,
ya abre el alma a Calixto, Melibea.
Pero el paso final no encuentra suelo.
¿Dónde, si se hunde el mundo en la tiniebla,
si ya es nada Verona, y si no hay huerto?
De imposibles se vuelve la pareja.

¿Y esa mano —¿de quién?—, la mano trunca
blanca, en el suelo, sin su brazo, huérfana,
que buscas en el rosal la única abierta,
y cuando ya la alcanza por el tallo
se desprende, dejándose a la rosa,
sin conocer los ojos de su dueña?

¡Cimeras alegrías tremolantes,
gozo inmediato, pasmo que se acerca:
la frase más difícil, la penúltima,
la que lleva, derecho, hasta el acierto,
perfección vislumbrada, nunca nuestra!
¡Imágenes que inclinan su hermosura
sobre espejos que nunca las reflejan!

¡Qué cadáver ingrávido: una mañana
que muere al filo de su aurora cierta!
Vísperas son capullos. Sí, de dichas;
sí, de tiempo, futuros en capullos.
¡Tan hermosas, las vísperas!
¡Y muertas!

III

¿Se puede hacer más daño, allí en la Tierra?
Polvo que se levanta de la ruina,
humo del sacrificio, vaho de escombros
dice que sí se puede. Que hay más pena.
Vasto ayer que se queda sin presente,
vida inmolada en aparentes piedras.

¡Tanto afinar la gracia de los fustes
contra la selva tenebrosa alzados
de donde el miedo viene al alma, pánico!
Junto a un altar de azul, de ola y espuma,
el pensar y la piedra se desposan;
el mármol, que era blanco, es ya blancura.
Alborean columnas por el mundo,
ofreciéndole un orden a la aurora.
No terror, calma pura da este bosque,
de noble savia pórtico.
Vientos y vientos de dos mil otoños
con hojas de esta selva inmarcesible
quisieran aumentar sus hojarascas.
Rectos embisten, curvas les engañan.
Sin botín huyen. ¿Dónde está su fronda?
No pájaros, sus copas, procesiones
de doncellas mantienen en lo alto,
que atraviesan el tiempo, sin moverse.

Este espacio que no era más que espacio
a nadie dedicado, aire en vacío,
la lenta cantería lo redime
piedras poniendo, de oro, sobre piedras,
de aquella indiferencia sin plegaria.
Fiera luz, la del sumo mediodía,
claridad, toda hueca, de tan clara
va aprendiendo, ceñida entre altos muros
mansedumbres, dulzuras; ya es misterio.
Cantan coral callado las ojivas.
Flechas de alba cruzan por los santos
incorpóreos, no hieren, les traen vida
de colores. La noche se la quita.
La bóveda, al cerrarse abre más cielo.
Y en la hermosura vasta de estos límites
siente el alma que nada la termina.

Tierra sin forma, pobre arcilla; ahora
el torno la conduce hasta su auge:
suave concavidad, nido de dioses.
Poseidón, Venus, Iris, sus siluetas
en su seno se posan. A esta crátera
ojos, siempre sedientos, a abrevarse
vienen de agua de mito, inagotable.
Guarda la copa en este fondo oscuro
callado resplandor, eco de Olimpo.
Frágil materia es, mas se acomodan
los dioses, los eternos, en su círculo.

Y así, con lentitud que no descansa,
por las obras del hombre se hace el tiempo
profusión fabulosa. Cuando rueda
el mundo, tesorero, va sumando
—en cada vuelta gana una hermosura—
a belleza de ayer, belleza inédita.
Sobre sus hombros gráciles las horas
dádivas imprevistas acarrean.
¿Vida? Invención, hallazgo, lo que es
hoy a las cuatro, y a las tres no era.
Gozo de ver que si se marchan unas
trasponiendo la ceja de la tarde,
por el nocturno alcor otras se acercan.
Tiempo, fila de gracias que no cesa.
¡Qué alegría, saber que en cada hora
algo que está viniendo nos espera!
Ninguna ociosa, cada cual su don;
ninguna avara, todo nos lo entregan.
Por las manos que abren somos ricos
y en el regazo, Tierra, de este mundo
dejando van sin pausa
novísimos presentes: diferencias.

¿Flor? Flores. ¡Qué sinfín de flores, flor!
Todo, en lo igual, distinto: primavera.
Cuando se ve la Tierra amanecerse
se siente más feliz. La luz que llega
a estrecharle las obras que este día
la acrece su plural. ¡Es más diversa!

IV

El cero cae sobre ellas.
Ya no las veo, a las muchas,
las bellísimas, deshechas,
en esa desgarradora
unidad que las confunde,
en la nada, en la escombrera.

Por el escombro busco yo a mis muertos;
más me duele su ser tan invisibles.
Nadie los ve: lo que se ve son formas
truncas; prodigios eran, singulares,
que retornan, vencidos, a su piedra.
Muertos añosos, muertos a lo lejos,
cadáveres perdidos,
en ignorado osario perfecciona
la Tierra, lentamente, su esqueleto.
Su muerte fue hace mucho. Esperanzada
en no morir, su muerte. Ánima dieron
a masas que yacían en canteras.
Muchas piedras llenaron de temblores.
Mineral que camina hacia la imagen,
misteriosa tibieza, ya corriendo
por las vetas del mármol,
cuando, curva tras curva, se le empuja
hacia su más, a ser pecho de ninfa.
Piedra que late así con un latido
de carne que no es suya, entra en el juego
—ruleta son las horas y los días—:
el jugarse a la nada, o a lo eterno
el caudal de sus formas confiado:
el alma de los hombres, sus autores.
Si es su bulto de carne fugitivo,
ella queda detrás, la salvadora
roca, hija de sus manos, fidelísima,
que acepta con marmóreo silencio
augusto compromiso: eternizarlos.
Menos morir, morir así: transbordo
de una carne terrena a bajel pétreo
que zarpa, sin más aire que le impulse
que un soplo, al expirar, último aliento.
Travesía que empieza, rumbo a siempre;
la brújula no sirve, hay otro norte
que no confía a mapas su secreto;
misteriosos pilotos invisibles,
desde tumbas los guían, mareantes
por aguja de fe, según luceros.
Balsa de dioses, ánfora.
Naves de salvación con un polícromo
velamen de vidrieras, y sus cuentos
mármol, que flota porque vista de Venus.
Naos prodigiosas, sin cesar hendiendo
inmóviles, con proas tajadoras
auroras y crepúsculos, espumas
del tumbo de los años; años, olas
por los siglos alzándose y rompiendo.
Peripecia suprema día y noche,
navegar tesonero
empujado por racha que no atregua:
negación del morir, ansia de vida,
dando sus velas, piedras, a los vientos.
Armadas extrañísimas de afanes,
galeras, no de vivos, no de muertos,
tripulaciones de querencias puras,
incansables remeros,
cada cual con su remo, lo que hizo,
soñando en recalar en la celeste
ensenada segura, la que está
detrás, salva, del tiempo.


V

¡Y todos, ahora, todos,
qué naufragio total, en este escombro!
No tibios, no despedazados miembros
me piden compasión, desde la ruina:
de carne antigua voz antigua, oigo.

Desgarrada blancura, torso abierto,
aquí, a mis pies, informe.
Fue ninfa geométrica, columna.
El corazón que acaban de matarle,
Leucipo, pitagórico,
calculador de sueños, arquitecto,
de su pecho lo fue pasando a mármoles.
Y así, edad tras edad, en estas cándidas
hijas de su diseño
su vivir se salvó. Todo invisible,
su pálpito y su fuego.
Y ellas abstractos bultos se fingían,
pura piedra, columnas sin misterio.

Más duelo, más allá: serafín trunco,
ángel a trozos, roto mensajero.
Quebrada en seis pedazos
sonrisa, que anunciaba, por el suelo.
Entre el polvo guedejas
de rubia piedra, pelo tan sedeño
que el sol se lo atusaba a cada aurora
con sus dedos primeros.
Alas yacen usadas a lo altísimo,
en barro acaba su plumaje célico.
(A estas plumas del ángel desalado
encomendó su vuelo
sobre los siglos el hermano Pablo,
dulce monje cantero.)
Sigo escombro adelante, solo, solo.
Hollando voy los restos
de tantas perfecciones abolidas.
Años, siglos, por siglos acudieron
aquí, a posarse en ellas; rezumaban
arcillas o granitos,
linajes de humedad, frescor edénico.
No piso la materia; en su pedriza
piso al mayor dolor, tiempo deshecho.
Tiempo divino que llegó a ser tiempo
poco a poco, mañana tras su aurora,
mediodía camino de su véspero,
estío que se junta con otoño,
primaveras sumadas al invierno.
Años que nada saben de sus números,
llegándose, marchándose sin prisa,
sol que sale, sol puesto,
artificio diario, lenta rueda
que va subiendo al hombre hasta su cielo.
Piso añicos de tiempo.
Camino sobre anhelos hechos trizas,
sobre los días lentos
que le costó al cincel llegar al ángel;
sobre ardorosas noches,
con el ardor ardidas del desvelo
que en la alta madrugada da, por fin,
con el contorno exacto de su empeño...
Hollando voy las horas jubilares:
triunfo, toque final, remate, término
cuando ya, por constancia o por milagro,
obra se acaba que empezó proyecto.
Lo que era suma en un instante es polvo.
¡Qué derroche de siglos, un momento!
No se derrumban piedras, no, ni imágenes;
lo que se viene abajo es esa hueste
de tercos defensores de sus sueños.
Tropa que dio batalla a las milicias
mudas, sin rostro, de la nada; ejército
que matando a un olvido cada día
conquistó lentamente los milenios.
Se abre por fin la tumba a que escaparon;
les llega aquí la muerte de que huyeron.
Ya encontré mi cadáver, el que lloro.
Cadáver de los muertos que vivían
salvados de sus cuerpos pasajeros.
Un gran silencio en el vacío oscuro,
un gran polvo de obras, triste incienso,
canto inaudito, funeral sin nadie.
Yo sólo le recuerdo, al impalpable,
al NO dicho a la muerte, sostenido
contra tiempo y marea: ése es el muerto.
Soy la sombra que busca en la escombrera.
Con sus siete dolores cada una
mil soledades vienen a mi encuentro.
Hay un crucificado que agoniza
en desolado Gólgota de escombros,
de su cruz separado, cara al cielo.
Como no tiene cruz parece un hombre.
Pero aúlla un perro, un infinito perro
—inmenso aullar nocturno ¿desde dónde?—,
voz clamante entre ruinas por su Dueño.

Contraelegía - José Emilio Pacheco

Mi único tema es lo que ya no está
Y mi obsesión se llama lo perdido
Mi punzante estribillo es nunca más
Y sin embargo amo este cambio perpetuo
este variar segundo tras segundo
porque sin él lo que llamamos vida
sería de piedra.

Angustia cuarta - Nicolás Guillén

Federico

Toco a la puerta de un romance.
-¿No anda por aquí Federico?
Un papagayo me contesta:
-Ha salido.

Toco a una puerta de cristal.
-¿No anda por aquí Federico?
Viene una mano y me señala:
-Está en el río.

Toco a la puerta de un gitano.
-¿No anda por aquí Federico?
Nadie responde, no habla nadie...
-¡Federico! ¡Federico!

La casa oscura, vacía;
negro musgo en las paredes;
brocal de pozo sin cubo,
jardín de lagartos verdes.

Sobre la tierra mullida
caracoles que se mueven,
y el rojo viento de julio
entre las ruinas, meciéndose.

¡Federico!
¿Dónde el gitano se muere?
¿Dónde sus ojos se enfrían?
¡Dónde estará, que no viene!

(Una canción)

«Salió el domingo, de noche,
salió el domingo, y no vuelve.
Llevaba en la mano un lirio,
llevaba en los ojos fiebre;
el lirio se tornó sangre,
la sangre tornóse muerte».

(Momento en García Lorca)

Soñaba Federico en nardo y cera,
y aceituna y clavel y luna fría.
Federico, Granada y Primavera.

En afilada soledad dormía,
al pie de sus ambiguos limoneros,
echado musical junto a la vía.

Alta la noche, ardiente de luceros,
arrastraba su cola transparente
por todos los caminos carreteros.

«¡Federico!», gritaron de repente,
con las manos inmóviles, atadas,
gitanos que pasaban lentamente.

¡Qué voz la de sus venas desangradas!
¡Qué ardor el de sus cuerpos ateridos!
¡Qué suaves sus pisadas, sus pisadas!

Iban verdes, recién anochecidos;
en el duro camino invertebrado
caminaban descalzos los sentidos.

Alzóse Federico, en luz bañado.
Federico, Granada y Primavera.
y con luna y clavel y nardo y cera,
los siguió por el monte perfumado.

Por esa puerta - Amado Nervo

Por esa puerta huyó diciendo :«¡nunca!»
Por esa puerta ha de volver un día ...
Al cerrar esa puerta dejo trunca
la hebra de oro de la esperanza mía.
Por esa puerta ha de volver un día.

Cada vez que el impulso de la brisa,
como una mano débil indecisa,
levemente sacude la vidriera,
palpita más aprisa, más aprisa,
mi corazón cobarde que la espera.

Desde mi mesa de trabajo veo
la puerta con que sueñan mis antojos
y acecha agazapando mi deseo
en el trémulo fondo de mis ojos.

¿Por cuánto tiempo, solitario, esquivo,
he de aguardar con la mirada incierta
a que Dios me devuelva compasivo
a la mujer que huyó por esa puerta?

¿Cuándo habrán de temblar esos cristales
empujados por sus manos ducales,
y, con su beso ha de llegar a ellas,
cual me llega en las noches invernales
el ósculo piadoso de una estrella?
¡Oh Señor!, ya la pálida está alerta;
¡oh Señor, cae la tarde ya en mi vía
y se congela mi esperanza yerta!
¡Oh, Señor, haz que se abra al fin la puerta
y entre por ella la adorada mía!...
¡Por esa puerta ha de volver un día!.