domingo, 19 de junio de 2011

El viaje más hippy de Julio Cortázar


Todo surgió en la primavera de 1982, cuando Julio Cortázar envió una carta al director de la Sociedad de Autopistas del Sur de Francia para proponerle, más que un viaje, una curiosa deriva.

"Señor Director, hace algún tiempo su Sociedad me pidió autorización para publicar en una de sus revistas algunos pasajes de mi cuento titulado La autopista del sur.


Por supuesto, otorgué con viva satisfacción dicho permiso. Me dirijo ahora a usted para solicitarle a mi vez una autorización de naturaleza muy diferente".

La petición epistolar proponía a la concesionaria una "expedición un tanto alocada y bastante surrealista", tal como la definió el escritor argentino en su misiva.

El proyecto consistía en recorrer siempre por autopista los kilómetros que distaban desde París y Marsella, contar el viaje y escribir un libro, cuyos derechos de autor luego donaron al pueblo sandinista de Nicaragua.

Después de dos semanas sin respuesta -la Sociedad de Autopistas nunca respondió-, ellos mantuvieron sus planes. El 23 de mayo de 1982, Cortázar y Dunlop se subieron a bordo de una Volkswagen Combi roja, equipada con todo lo indispensable, latas de comida, cámaras de fotos, papel y dos máquinas de escribir. Emprendieron así su aventura de 33 días, deteniéndose en los 65 apeaderos que encontraban por las carreteras, dos por día.

A lo largo del itinerario, escribieron "a cuatro manos", de forma “poética y humorística", un peculiar diario de viaje donde narraban las etapas, las anécdotas y las experiencias en sendas máquinas de escribir.

Este diario de ruta mencionaba que ambos autonautas –así se llamaban- se aprovisionaron de comida y bebida, güisqui, vino, chucrut, sal, pimienta, mermelada, aceite o sardinas en conserva. Incluso una amiga les llevó cuatro kilos de manzanas, en lugar de cuatro manzanas como ellos le habían pedido.

Para sortear los posibles percances también tuvieron la precaución de contar con el apoyo de otros amigos, como Necmi Gurmen y Anne Courcelles, encargados de reabastecerlos cada 10 días en ciertos apeaderos de la autopista.

En una de aquellas paradas, desde una mesa de piedra donde estaban almorzando, Julio Cortázar y Carol Dunlop saborearon una dulce ensalada de garbanzos y de cebollas.

En lo que luego fue el libro titulado Los autonautas de la cosmopista o Un viaje atemporal París Marsella (Muchnik Editores, 1983), describieron esta escena fuera del tiempo, mezclada con el paso vertiginoso de camiones y coches:

"En pocos segundos, gracias a la experiencia adquirida en el curso de la expedición, alzamos el fuelle del techo de la furgoneta, nivelamos el refrigerador, instalamos las reposeras al lado de la mesa y la mesa en cuestión queda ocupada, de manera nada ambigua, por máquinas de escribir, libros, botellas, vasos, cámaras fotográficas y sifón para deslumbrar a los incrédulos".

Después del mes y tres días del trayecto, el libro de bitácora resumía aquella deriva por la cosmopista: "No mucho después comprendimos sin palabras que acaso habíamos cumplido ese viaje obedeciendo, sin saberlo, a una búsqueda interior que luego tomaría diferentes nombres en labios de nuestros amigos".

Estas palabras las escribieron en mayo de 1982. Seis meses más tarde, la muerte de Carol Dunlop hería el alma de Julio Cortázar. Dos años más tarde, la leucemia enterraba el cuerpo del autor de Rayuela. Su obra, incluido Los Autonautas de la Cosmopista, continúa viajando, de mano en mano, entre sus lectores.

http://www.poesia-irc.com/j/index.php?option=com_content&view=article&id=8224:-el-viaje-mas-hippy-de-julio-cortazar&catid=15:noticias-general

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